Trechos do livro "Reglas de Urbanidad y Cortesía", de São João Batista de La Salle

quarta-feira, setembro 02, 2009

São João Batista de La Salle, fundador dos Irmãos das Escolas Cristãs (lassalistas), escreveu em 1703 esse grandioso manual, em francês, para uso de seus alunos. Reproduzimos aqui os trechos iniciais da tradução castelhana.


PREFACIO


Causa sorpresa comprobar que la mayoría de los cristianos considera la cortesía o urbanidad como simple cualidad humana y mundana, y al no querer elevar su espíritu más arriba, no la miran como virtud que dice relación a Dios, al prójimo y a sí mismo. Es una prueba del poco cristianismo que reina en el mundo y de lo escasas que son las personas que en él viven y se conducen según el espíritu de Jesucristo.

Y sin embargo, ese espíritu es el único que debe animar todas nuestras acciones para hacerlas santas y agradables a Dios; lo cual es una obligación, como nos advierte San Pablo cuando nos dice, en la persona de los primeros cristianos, que pues debemos vivir por el espíritu de Jesucristo, igualmente debemos guiarnos en todo por este mismo espíritu.

Como no hay acción en vosotros que no deba ser santa, según dice el mismo Apóstol, no puede haber acto alguno que no esté inspirado por motivos cristianos: y así, todas nuestras acciones externas, las únicas que puede regular la cortesía, deben siempre tener y llevar consigo cierto carácter de virtud.

Incumbe a los padres y madres tomar esto en consideración cuando educan a sus hijos; y los maestros y maestras encargados de instruir a los niños deben prestar a ello particular atención.

Cuando les propongan normas de cortesía no descuiden nunca el decirles que hay que ponerlas en práctica sólo por motivos puramente cristianos, que miran a la gloria de Dios y a la salvación. No dirán, pues, a los niños que dirigen que si no hacen tal o cual cosa se les criticará, perderán la estima, se les ridiculizará...; eso no vale sino para inspirarles el espíritu del mundo y alejarles del Evangelio.

Cuando quieran inducirles a determinadas prácticas exteriores en relación con la actitud corporal y la simple circunspección, cuidarán de moverles a ello por el motivo de la presencia de Dios, como hace San Pablo al advertir al respecto a los fieles de su tiempo: que su modestia debía ser notoria a todos los hombres porque el Señor estaba cerca, o lo que es igual, por respeto a la presencia de Dios ante el cual vivían.

Cuando les enseñen y les hagan practicar normas de cortesía en relación con los prójimos, les alentarán a no darles tales muestras de benevolencia, honor y respeto sino por ser miembros de Jesucristo y templos vivos y animados de su espíritu.

Así exhorta San Pablo a los primeros fieles cuando les escribe que amen a sus hermanos y tributen a cada cual el honor que merece, para mostrarse verdaderos siervos de Dios, dando testimonio de que honran a Dios en la persona del prójimo.

Si todos los cristianos se habituaran a no dar señales de benevolencia, estima y respeto sino con estas miras y por motivos de esta naturaleza, santificarían todas sus acciones por este medio, y permitirían discernir como se debe la cortesía y urbanidad cristianas de las que son puramente mundanas y casi paganas. Y al vivir así como cristianos auténticos, con modales exteriores conformes a los de Jesucristo y a los que exige su profesión, se les distinguiría de los infieles y de los cristianos de nombre, como cuenta Tertuliano que se reconocía y diferenciaba a los cristianos de su época por su exterior y su modestia.

La cortesía cristiana es, pues, el proceder discreto y regulado que se traduce en las palabras y acciones exteriores mediante un sentimiento de modestia o respeto, o de unión y caridad de cara al prójimo, y que toma en consideración el tiempo, el lugar y la persona con la que se conversa; y esta cortesía en cuanto mira al prójimo se llama más propiamente urbanidad.

En las prácticas de cortesía y urbanidad hay que tener en cuenta el tiempo: pues las hay que estuvieron en uso en siglos pasados, e incluso hace algunos años, y que hoy ya no se practican; y el que intentara seguir utilizándolas pasaría por singular, en lugar de ser considerado como persona cortés y distinguida.

Igualmente en lo que mira a la cortesía hay que conducirse según lo que se practica en el país donde uno vive o en el que se halla, pues cada nación tiene sus costumbres particulares de cortesía y urbanidad, por lo que muy a menudo lo que es indecoroso en un país pasa por cortés y digno en otro.

Incluso hay cosas que la cortesía exige en ciertos ambientes concretos y que en otros están totalmente prohibidas, pues lo que debe practicarse en el palacio del rey o en su cámara no debe hacerse en otro lugar, ya que el respeto que se debe a la persona del rey pide que se tengan ciertas atenciones en su casa que no hay por qué repetirlas en la de un particular.

Por lo mismo, uno se comporta de manera diferente en su propia casa que en la ajena, y en casa conocida, de otro modo que en la del que no se conoce.

Si, pues, la urbanidad pide que se tenga y se manifieste particular respeto a ciertas personas, el cual no se debe, y hasta sería descortés, manifestarlo a otros, es preciso que cuando se tropiece con alguien o se converse con él se tenga en cuenta su condición, para tratarlo y actuar con él como lo pide su calidad.

También debe uno considerarse a sí mismo y lo que es; puesto que el inferior a otros debe profesar sumisión a los que le son superiores, bien sea por alcurnia, por el empleo o por su calidad, y manifestarles mucho mayor respeto que el que les mostraría otro que fuera igual que ellos.

Un campesino, por ejemplo, debe exteriorizar más reverencia a su señor que un artesano que no dependiera de él; y este artesano debe expresar mucho más respeto a dicho señor que un gentilhombre que fuera a visitarle.

La cortesía y la urbanidad, por consiguiente, no consisten en el fondo sino en prácticas de comedimiento y de respeto para con el prójimo; y como ese comedimiento brilla más en la compostura y el respeto con el prójimo en las acciones ordinarias, que casi siempre se realizan delante de los demás, ha parecido bien tratar en este libro por separado de ambas cosas :

1. De la circunspección que debe aparecer en los modales y compostura de las diferentes partes del cuerpo.

2. De las señales exteriores de respeto o de afecto especial que deben tributarse, en las diversas acciones de la vida, a todas las personas ante quienes se realizan, y con las que cabe tener que tratar.


PRIMERA PARTE


DE LA CIRCUNSPECCIÓN QUE DEBE APARECER EN LOS MODALES Y COMPOSTURA DE LAS DIFERENTES PARTES DEL CUERPO


Capítulo 1

Modales y compostura de todo el cuerpo


Lo que más contribuye a dar elegancia a una persona y a que sea considerada como persona prudente y educada es el mantener todas las partes de su cuerpo en la posición que la naturaleza o el uso exigen.

Para esto hay que evitar varios defectos. El primero de ellos es la afectación y encogimiento, que hacen a la persona amanerada en su exterior, lo que es totalmente opuesto a la urbanidad y a las reglas de la circunspección.

Hay que guardarse asimismo de cierta negligencia que manifiesta laxitud y flojera en el proceder haciendo a la persona despreciable, ya que esta mala costumbre delata bajeza de espíritu y también de nacimiento o de educación.

Préstese particular atención a no aparentar ligereza en el porte, lo que sería efecto de un espíritu flojo. Quienes tengan un espíritu naturalmente ligero y atolondrado, si no quieren caer en este defecto o desean corregirse del mismo, hagan de suerte que no muevan sin atención ninguno de los miembros de su cuerpo y no lo hagan si no es con mucha mesura. Los que son de temperamento activo y precipitado deben entrenarse mucho para no obrar nunca sino con gran moderación, traten de pensar antes de obrar y de mantener el cuerpo tanto como puedan en una misma postura y situación.

Aunque no convenga aparentar un exterior estudiado, es preciso saber ordenar todos los movimientos y regular el comportamiento de todas las partes del cuerpo. Enséñeselo con todo cuidado a los niños y las personas, cuyos padres fueron negligentes en formarles en su niñez, aplíquenselo de un modo particular, hasta acostumbrarse y conseguir que tales prácticas les sean cómodas y como naturales.

Es necesario que en el porte de una persona figure siempre algo de gravedad y majestuoso; pero se pondrá empeño en que no haya nada que sienta orgullo o altivez de espíritu, ya que esto desagrada en extremo a todo el mundo. Esta gravedad sólo es fruto de la mesura y sensatez que el cristiano debe mostrar en toda su conducta. Siendo de estirpe elevada, puesto que pertenece a Jesucristo y es hijo de Dios, el ser soberano, nada bajo puede tener ni mostrar en su exterior; todo en él debe tener un aire de altura y de grandeza que guarde alguna relación con el poder y la majestad de Dios a quien sirve y que le ha dado el ser, pero que no procede de la estima de sí ni de la preferencia a los demás. Ya que debiendo todo cristiano conducirse según las reglas del Evangelio, debe tributar honor y respeto a todos los demás, mirándolos como a hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, y considerándose como un hombre cargado de pecados, debe humillarse continuamente y ponerse por debajo de ellos.

Al estar en pie hay que mantener el cuerpo derecho, sin inclinarlo ni de un lado ni del otro, ni inclinarse como un viejo que ya no puede sostenerse. Es muy indecoroso enderezarse con afectación, apoyarse contra un muro o cualquier otra cosa, contorsionar el cuerpo o estirarse indecentemente.

Al estar sentado no debe uno distenderse flojamente, ni apoyarse fuertemente en el respaldo de la silla; es indecoroso el estar sentado demasiado bajo o demasiado alto, a menos que no haya otra posibilidad, y es mejor normalmente estar sentado demasiado alto que demasiado bajo; pero si se está en compañía, hay que ceder siempre, sobre todo a las mujeres, los asientos más bajos, por considerarlos más cómodos.

Ni el frío, ni otros sufrimientos o incomodidades permiten tomar posturas indecorosas, y es contrario a la urbanidad el manifestarlas con el porte, a menos que sea imposible hacer de otro modo.

El no poder soportar nada sin manifestarlo exteriormente es asimismo signo de excesiva blandura y delicadeza.

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